Madera tallada, policromada
186 cms
Francisco Salzillo Alcaraz
Murcia – 1740
Este magnífico grupo de la Virgen, sentada sobre un peñasco con Cristo muerto en su regazo, fue encargado a Salzillo el 27 de febrero de 1739, y estrenado con una solemne procesión celebrada el 1 de enero de 1741, si bien la obra no estuvo definitivamente terminada hasta el 7 de febrero de ese año. Sin obviar la influencia que debió ejercer en Salzillo la napolitana imagen de la Virgen de la Caridad arribada en Cartagena casi dos décadas antes, el maestro debió conocer por grabados las pinturas de la Piedad de Annibale Carracci, y las obras realizadas por otros escultores españoles – como Luisa Roldán – en torno a este mismo tema.
Se trata de una composición piramidal, de marcado desequilibrio (verticalidad de la Virgen y traza diagonal en el Cristo) que confiere a la obra un ritmo y naturalidad, excepcionales. En la escena representada, la inclusión de cuatro ángeles niños aporta el toque sentimental al drama.
La imagen de María, sin idealización alguna, se representa sentada sobre la roca, dirigiendo la mirada al cielo, sujeta al Hijo muerto con la mano derecha (sin tocarle) y extiende la izquierda en ademán declamatorio. Sin exageraciones teatrales, la Madre muestra, tanto en su pose, como en el magnífico rostro, todo el sufrimiento del alma humana. En el cadáver de Jesús, que apoya la cabeza sobre el regazo de la Virgen, dejando caer el brazo izquierdo entre las rodillas de su Madre, Salzillo conjuga la belleza formal y el ideal del cuerpo humano, con el drama del sufrimiento. Sin duda, la imagen desnuda de Cristo muerto, está dotada de unos valores anatómicos excepcionales, siendo apreciable, incluso, el peso del cuerpo inerte del Redentor. Igualmente, excepcional es la calidad de la policromía que va desde la palidez macilenta de la Virgen angustiada, a los rosáceos en las encarnaciones de los angelitos y el matiz oliváceo del cadáver torturado de Jesús.
Muchos son los autores que, junto con la genialidad de Salzillo en la composición, tallado, expresividad y policromía de esta obra magistral, destacan su hondo sentido teológico. En Cristo, una vez consumada su pasión redentora, prevalece la naturaleza divina, por eso el cadáver no toca la tierra sino que reposa sobre un sinuoso sudario, del cual se vale, la misma Virgen para sujetarle sin tocar el cadáver que, llena de angustia, ofrece al Padre como precio de la salvación del género humano.
Sin duda la imagen Titular de los Servitas murcianos, es una de las mejores obras de Francisco Salzillo, y la primera de una versión repetida por el escultor, con algunas variantes, para San Mateo de Lorca (desaparecido), Yecla, Dolores de Alicante y el Convento de Capuchinas de dicha ciudad, sin que ninguna de ellas pueda ser comparable a la que recibe culto en la iglesia de San Bartolomé-Santa María, de Murcia.